HAY DIAS
Hay días, y son los más, eternamente breves. Días para grabar
en un mármol. Días que parecen días, y no lo son. Días de dos noches y cuatro atardeceres.
Hay días, mi Dios,
de fuego consumido. Días para arrancar del calendario. Días en que te dicen iBuenas Noches! Días cual una piedra
inmensa en tu zapato.
Hay días de recuerdos, con sabor a café. Días...en tu hastío mental de estar cansado. Días
sin ton ni son, y nadie al otro lado del espejo.
Días, ¡caray!, de tanto anonimato. Días en que pasas agotado
de esperarte en un zaguán. Días, a medianoche, de alguna tarde de un jueves.
*
EXTRANJERO
Tu semblante son los trenes que se duermen con el alba. Llevas equipaje transitorio, viajas. Desciendes
en un andén, te preguntan tu nombre, no respondes.
Sin embargo, debes ser feliz porque estás vivo. Vivir es
algo sumamente serio para ti.
Extranjero, Las aves se beben tus pestañas. Recibes una carta. Alguien te
ama. Una mujer te ama. Una mujer espera que vuelvas a sus brazos. No hay regreso.
Avanzas en un tren mas
retrocedes en espacio. Tu territorio lo has perdido. Tu patria no te pertenece.
Los años son las moles de
tu casa. Tu nombre es el exilio.
¿Qué buscas extranjero? Las horas te amenazan.
(Florencia,
1980)
NUBE DE TABACO
Nada sabes del sol cuando los amigos te abrazan
con la sonrisa en los labios.
En todas las ciudades habrá un mesón donde tú apoyarás tus codos en invierno.
Las
calles son como gacelas de circo a la hora del crepúsculo.
Por esto tú debes perdurar en una nube de tabaco.
Serás feliz en la quietud de un instante, aunque en realidad sólo halles sombras en un espejo deformado.
No
mereces desvivirte si la alegría que te ofrecen tus amigos es sincera.
Tienes un camino frente a ti: convencerte
de que la risa es el preámbulo en la fábula,
después podrás hallar en otro espacio otra ciudad en la que el
sol busque tu rostro primigenio,
Pero aún no es el momento, ten paciencia.
(Lisboa, 1999)
HOJAS DE TILO
A Efraín Barquero
Perdí esos caminos por donde otrora pasé tantas veces, apresurado, huyendo de una montaña
a otra a causa del viento.
Perdí los instantes más bellos de mi vida al paso de un puñado implacable de gaviotas.
Perdí
la voz en la multitud, pues el bullicio me condujo inevitablemente al silencio.
Perdí los ojos en el vientre de
una ballena que nunca me invitó a ver la luz del mar.
Perdí el olfato tras oler largamente unas hojas de tilo, a
orillas de un afluente que jamás existió.
Perdí incluso el rostro en una riña encarnizada con los años y las horas.
Perdí
las llaves de mi ciudad, que amé y que amo aún, pero que ahora fue borrada del atlas por una mano despiadada.
Perdí
también el tacto al caminar a oscuras contra muros de barro y piedra fría.
Perdí, en fin, todo, como el aliento y la
saliva.
Mas en aquel despeñadero atroz, cogí - cual una piedra partida-, este pedazo de alma rota, que es lo único
que me acompaña en esta vida.
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