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MARIO R. CANCEL

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Mario R. Cancel

Mario R. Cancel nació en Puerto Rico en el año 1960. Es poeta, historiador y ensayista. Es Catedrático Asociado de Historia en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. En 1985 fue uno de los ganadores del Certamen Internacional Mairena para poetas jóvenes. Su libro Los pequeños cantos de la casa del canto fue finalista en el Certamen Letras de Oro de la Universidad de Miami en 1994. Es autor de Segundo Ruiz Belvis: El prócer y el ser humano (Editorial Universidad de América, 1994); del volumen Historia y literatura (Ed. Postdata, 1995) con varios ensayistas puertor­riqueños; co-editor de la colección Cien años de sociedad: Los '98 del Gran Caribe (Editorial Callejón, 2000), Premio del Pen Club de Puerto Rico a la “Mejor Recopilación de Ensayos”. Es co-autor de El límite volcado (Isla Negra editores, 2000) Premio del Pen Club de Puerto Rico a la “Mejor Antología Crítica” y de Anti-figuraciones: bocetos puertorriqueños (Isla Negra editores, 2003). Actualmente es editor de la revista virtual Desde el límite... www.marcas1pr.net , de la Revista / Review Interamericana de la Universidad Interamericana de Puerto Rico y miembro de la Junta Consultiva de Centro Journal (CUNY).

Muestra de poesía:

Poemas de Charllote (Fragmento)

III

          Charlotte,

en Washington me pareció verte

en aquella taberna.

Era la primera vez

y traías dos cervezas en las manos.

Yo escribía un poema

a tu cuerpo desconocido, Charlotte.

A la aventura de los cuerpos

clandestinos atados en la oscuridad.

Eran los tiempos de la jardinería sexual.

Afuera, mirando el Commodore frío

álgida guillotina era el aire de las calles

y cafés y música irlandesa

escapaban por la boca de algún sótano

incierto.

Charlotte, recuerda que esperé tu salida

y te miré bravamente.

Manchaste el Capitolio

calle arriba

y el metro, la central del metro,

te tragó como una bestia del futuro.

Desde entonces Charlotte,

la naturaleza de tu pelo,

del que corre tus piernas

monte arriba

cabrillea en mi memoria.

 

 IV

          Si vinieras, Charlotte,

a espantar esta soledad cicatrizada.

Si viniera tu voz a redimir mi angustia.

Yo sabría, Charlotte, abrazarte,

tocar tu pelo

y radicar mis besos en tu nuca mojada.

Sabría dormirme como los niños

y jugaría con el botón de tus senos.

Si vinieras Charlotte,

mi cuerpo sería una fiesta de luces

y no pensaría dejarte a la vera del rumbo.

Si aparecieras,

si solamente aparecieras con un te quiero

en la boca

y tu impedimenta de caricias Charlotte.

Pero es sólo la soledad y las salinas

y la luz

y el rumor del mar.

 

 VI

          Ahora voy a penetrar en tí

con la suavidad de un sueño.

Voy a sembrate, dije,

y a sembrarme como una mirada

en la inmensidad de la noche.

Flor abierta serás

y el miedo:

un acaso

un tal vez

un

caramba

¿por qué?

Charlotte.

 

 VII

          Charlotte,

entre tus piernas guardas todos los ritos,

todos,

pero esa desnudez tuya es incompleta, Charlotte,

tengo que adivinarte.

Luego vuelvo a mi casa para rehacerte toda,

Charlotte.

Erase una vez un rompecabezas de cuatro piezas:

                   pechos

                   vientre

                   sexo

                   piernas.

En mi cama habitan todas las desolaciones

y en la mesa, los pétalos de cinco margaritas

murieron de esperarte.

Pero Charlotte

esa línea que se dibuja sobre tu sexo,

la mancha sobre tu rodilla

y el vello en tu espalda

es conmoción de luces

Charlotte,

a pesar de que huyes, cometa.

 

 VIII

          Ahora me doy cuenta Charlotte,

perfectamente,

de que has sido mía infinidad de veces.

Desde el pasillo de la librería

hasta

el más

peque

ño de

los

co

lo

fo

ne

s.

En la última esquina del mundo.

Recuerda Charlotte

que las velan cuatro lagartos

desde que los formadores

midieron los meridianos y los paralelos.

Que como los cuatro vientos

he besado tus cuatro costados

y tú has temblado cuatro veces,

Charlotte.

 

Poemas de Vetala

4

Penetro en ti

como la luna en la noche.

               Risa.

Perfumas de sales

la casa

que me habita.

 

18 de noviembre de 2002

 

5

¿Dónde se ocultan

todas las luciérnagas que componen tu rostro

cuando te ausculto de cerca?

Es que nunca he podido

tenderme sobre el abismo

por más de tres segundos.

Caigo...

¿Cómo es posible que el viento

no me diga que te ha oído

ululando en la noche?

 

Vetãla, te he visto dormida como una piedra.

Y encima de ti

yacían las gaviotas de otros relatos.

No las he despertado.

Temía que me miraras como una Furia.

Solamente he dejado que los relojes las manchen

y la sangre, la tuya que ya viene,

me diga con sus olores

el sexo de tu sexo.

 

Cintura arriba

eres una manera del recuerdo.

Y yo te escribo poemas

mientras duermo en tus senos.

En el plomo de tus ojos

camino como todas las tardes.

 

Arriba, muy arriba,

una silueta ininteligible baila

mientras yo, oculto en ella,

la baño en las entrañas.

 

Te amo como a tus pies,

porque te mantienen en ascuas.

 

Y el fuego es mi poema,

Vetãla.

 

20 de noviembre de 2002

 

6

Antorcha.

Chasqueando en la noche

una flota de pájaros

te aguarda.

La flama son tus pelos.

Nunca dudé que la luna fuera dulce.

Acremente,

su olor sube de tu vientre al ombligo,

del ombligo a los senos

hasta invadir

mis sienes.

 

Ay Vetãla,

no te vayas,

como auguran las palabras

que imponen las estrellas.

¿Acaso no te das cuenta

de que el tiempo no sucede

del mismo modo

cuando te ocultas,

Vetãla?

 

22 de noviembre de 2002

 

7

 

En el espanto

de tu vientre rojo,

esta sola mirada

se clava

como una espina,

Vetãla.

¿Dónde?

¿En qué lugar

acechaban los zorzales

que ultrajaban el viento?

Porque tus piernas

son dos caminos

alternos

que conducen al

mismo sitio:

 

la montaña,

la piedra,

el hueso

y el cartílago.

 

Colina púbica.

En tu sangre me inmolo.

 

24 de noviembre de 2002

 

8

 

Clepsidra.

El tiempo cae en los granos

de la dulcísima arena.

Mantis que une sus palmas

para abrazarse a mi cuello.

 

Camino por tus senos con mis dedos de fuego.

Áspid.

Siseando en la noche

la luna llena se escapa

de tu lengua de cieno.

 

Yo me olvido del tiempo.

 

Penetrada.

¿Cómo puedo vivir sin contemplar tu cuerpo

de pelo y de penumbra?

Una mancha se atreve a asomarse

entre tus piernas.

¡Qué sé yo de los órdenes!

El caos es mi hábitat.

 

Mordedura de espuma,

blanda como una nube

cargadísima de agua.

Vetãla.

Mañana es otra noche

para entrar a tu casa.

 

26 de noviembre de 2002